Las impresiones de un aventurero.
Hace unos días, mientras disfrutaba de una copa de un riquísimo vino y un festín de quesos y otras delicias de los Balcanes, mis amigos me preguntaron qué cosa extrañaba más de mi país?; la gente de mi tierra?; o tal vez la comida?; o quizás los paisajes?....me detuve en silencio, y no podía responder pues la respuesta requería sincera meditación. Cómo no extrañar a la gente, a la familia, a los amigos de la escuela y de travesuras de barrio?, cómo no extrañar al vendedor de trompos y estampitas, que hacía las delicias de mi niñez? Como no extrañar a la vendedora de dulces, quien con corazón de madre hasta nos concedía cierto crédito con tal de que no dejáramos de hacerle el gasto a diario?, cómo no extrañar el desfile de trompadas con los amigos a diario al final de la escuela?
Seguí meditando…cómo no extrañar la sopa casera de la nana? O los sabrosos dulces de la abuela? O el tremendo festín de fin de año en casa de alguien de la familia?....y se complicaba aún más cuando pensaba en los paisajes….la majestuosa imponencia de la Cordillera de los Andes, o la fascinante belleza virgen de la Selva del Amazonas, o la incomparable belleza de las Islas Galápagos?...siendo un buzo experimentado y recurrente, cómo no extrañar la inmensa transparencia del Océano Pacífico, con un ilimitado cardumen de millones de peces de todos los colores del arco iris, o la insolente vagancia de las morsas dormitando a orillas de las costas de las “Islas Encantadas”?
Y al final respondí: ‘no puedo dejar de extrañar lo que llevo escrito en el corazón.’ Aquellos años de infancia tan felices son imborrables, pero fue mi corazón aventurero el que me llevo a abandonar los placeres de mi tierra para llevarme a recorrer el mundo entero, a descubrir lugares recónditos y aprender de muchas culturas, y el resultado de ello también son recuerdos imborrables, como lo es ahora Serbia, con todos sus olores y matices. El caminar perdido entre sus calles, encantado con sus aromas, admirado con sus hermosos paisajes, disfrutar de su bellisísima gente y de su sabrosa gastronomía… ”No me he ido aún y aún así ya los extraño”, fue mi respuesta final. Y es que pienso que sería imposible dejar de extrañar algo tan bello, sentado bajo la tenue luz de un precioso rojizo atardecer en Ada Cigalija, escuchando los violines de Vivaldi (en vivo), y mirando el agua recorrer a unos metros de donde yo estaba. Definitivamente, los recuerdos de ambos lugares no se pueden comparar, porque pese a que son diferentes, ambos son incomparables, y ambos están grabados en lo profundo del corazón.
Armando Antonio Romero.
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